“O mueres como un héroe, o vives lo suficiente para verte convertido en el villano.” 

Batman

Era un miércoles frío. Con una temperatura que a las 21:30 se movía por dígitos negativos. El plan de entrenamiento era claro, 60 minutos en zona 3. Se abrían ante mi tres claras opciones: desafiar al frío extremo (yo es que soy del sur), poner a prueba a mi mente en una cinta sin fin o pasar de todo e irme al bar. En una situación normal, el bar habría sido sin duda mi opción ganadora pero ahora que he adquirido conciencia de héroe, quería ejercer como tal.

La calle me tentaba (disfraz de ninja, posibilidad de foto junto a la nieve, hablar de la soledad de la noche…) pero la cinta parecía una apuesta segura y cómoda (calentito, sin cuestas, la de mi gimnasio tiene hasta tele…), sólo sería cuestión de adornarlo todo un poco ¿qué podía salir mal, no?

Me coloqué en la cinta. La había seleccionado cuidadosamente. En el lugar del gimnasio en el que mejor se me veía. Preparé mi pulsometro, ajuste el tiempo, la velocidad inicial para calentar unos minutos, y pulse START

3, 2, 1… GO!

La cinta empieza a rodar. Camino rápido hasta que siento la necesidad de pasar a «algo» más similar al trote que tenía programado. Subo el desnivel medio grado con la clara intención de poder decir que todo fue picando hacia arriba. Ajusto la zancada y me encuentro con el primer contratiempo, por alguna razón, la tele de la cinta no funciona. ¡Dios! Una hora de rodaje en una cinta sin tele ni ningún otro tipo de distracción, recorriendo metros y metros de tapiz pero sin avanzar un solo metro, convertido en un solitario hámster. Esa visión se ceba sobre mi, me cuesta mantener el ritmo, ¡Postu piensa!¡Seguro que hay alguna solución! ¡Nadie dijo que esto iba a ser fácil y menos preparando una maratón!

Primeros 10 minutos y el sudor ya ha hecho acto de presencia. El ambiente está cargado, creo que mi compañero de cinta de la izquierda debe ser de los que necesita usar perfumes intensos (y ducharse). La música parece escogida con el mismo gusto que en una feria de pueblo. Miro de nuevo a la pantalla de la cinta y una sensación de desazón recorre mi cuerpo. Tan sólo llevo 13 minutos. Esto se va a hacer largo. Tengo la tentación de bajar medio punto la inclinación pero me mantengo firme, recordando un tuit motivador que me recuerda que soy un héroe.

En mi tortuoso correr, recuerdo que llevo un cinturón/riñonera que hace las veces de bolsillo Doraemon. La esperanza vuelve y mi trotar gana algo de alegría. Me sonrío y la chica de la cinta de la derecha me ve reflejado en el cristal. Ha debido pensar que flirteaba con ella porque me ha devuelto la sonrisa. Este estado de excitación transitorio se sustenta en la posibilidad de que al meter la mano en el cinturón saque unos auriculares. Y sí, hay suerte, están ahí, esperando. Con mimo y una delicadeza impropia de alguien que se encuentra al límite, consigo estirarlos y colocarlos alrededor de mi cuello.

Son inalámbricos. De esos que en teoría encajan en la oreja sin mucho problema. Las zancadas dificultan la colocación. Es más, no consigo que encajen… ¡Los estoy colocando del revés!.

Me mantengo firme. Controlando mis emociones. La chica de la sonrisa me vuelve a mirar y al ver que nuestras miradas se cruzan en el cristal, gira la cabeza rápidamente.

Los coloco correctamente y busco la conexión con el móvil, abro Spotify y lanzo la primera lista a la que atino a seleccionar, el sudor no hace fácil la tarea. El sudor de mis manos lo convierte en una tarea titánica.

Uno, dos, tres, catorce… Ahora que llevo 21 minutos en la cinta, ¿por qué tiene que aparecer Bono? Casi prefiero la música y los gritos del monitor de la clase dirigida que me llegan desde el otro lado del gimnasio. Necesito algo más épico. Necesito reencontrar ese espíritu heroico que antes había recordado. Necesito… necesito… necesito a Gladiator (que mejor música para correr, ¿verdad?.

Suenan los primeros compases y siento como la música me reconforta y me da una motivación que pensaba perdida. Corro ampliando la zancada, relajado, dejándome llevar, tanto que tengo que tener cuidado para no caerme. Por un momento me planteo correr el Maratón de Madrid, luego recuerdo que sólo tengo medio grado de inclinación en la cinta, me sonrío pensando en lo atrevido de mi pensamiento (además, ahora que ya no acaba en el Retiro, yo es que si no acaba en el Retiro… bueno, esa es otra discusión).

Llevo 40 minutos sobre la cinta y la sensación de hastío vuelve a apoderarse de mi. 40 minutos corriendo en el mismo sitio, 40 minutos sin cruzarte con otros runners (sin opción de quejarte porque no te devuelven el saludo), 40 minutos sin haber parado para hacer fotos… y además, desde hace 10 minutos, la chica que intercambiaba miradas y sonrisas a través del reflejo del cristal, no está. Ahora tengo a un señor de unos 50 años con un más que evidente sobrepeso, camiseta de tirantes y una capacidad asombrosa para sudar. Tanto, que algunas veces su sudor se entremezcla con el mio en una sensación desagradable (¡Dios, que asco!).

Estoy pensando en abandonar, en perdonar lo que me queda. Siento la llegada del muro cuando comienza a sonar Eye of the tiger. ¡Eye of the tiger!, sí, en mi peor momento, cuando ya pensaba que no sería capaz de continuar, me transformo en Rocky. Por un momento me sorprendo a mi mismo balanceando los brazos con los puños cerrados como si realmente estuviera boxeando. Sí, sé que a muchos de vosotros os habrá pasado pero joder, estoy en el gimnasio y yo soy un tipo serio. La verdad es que creo que alguien me ha soltado un ¡vamos Rocky!, pero estoy tan concentrado en mis zancadas, aislado, que casi ni presto atención.

Estoy ya cerca de conseguirlo. Estoy visualizando la meta, bueno, la llevo visualizando desde la primera zancada, porque sí, no me he movido del sitio. Esa sí es una clara ventaja de lo de correr en el sitio: siempre estás visualizando la meta. Faltan 5 minutos para conseguir mi rodaje de 60 minutos así que empiezo que bajar el ritmo, disfrutando la hazaña, sintiéndome bien conmigo mismo, orgulloso de ser un ejemplo de tenacidad y esfuerzo para todo el gimnasio.

Bajo la velocidad y el trote se convierte en un caminar alegre. Mantengo unos instantes ese ritmo y detengo la cinta por completo. Supero con dignidad un pequeño mareo agarrándome a la máquina. Noto las miradas. Se que son de admiración y aprobación. Clavándose en mi espalda. Me siento a tope de power, pensando en hacer unas dominadas y unas abdominales (el corrector dice que abominables) antes de meterme en la ducha.

Camino aún algo atolondrado cuando se me acerca la chica que corría en la cinta a mi derecha. Tiene cierta cara de preocupación, aunque la verdad, ese fue un detalle del que ni me percaté.

  • ¿Estás bien?
  • Sí, claro, ha sido un simple rodaje. La verdad es que yo no me suelo enterar hasta que me hago 20km. Cuestión de sacrifico y fuerza de voluntad. ¿Tú corres? Voy a correr un maratón dentro de un mes y…
  • La chica me interrumpe. Perdona, sólo me había preocupado porque estas sangrando. ¿Te habías dado cuenta?

Moraleja: usa vaselina

Historia de héroes basada en lo intensitos que os ponéis con lo de correr.