En el primer confinamiento aprendimos que no pasa nada si no se sale a correr y a que los runners son como las setas (de temporada).
Aprendimos que no hacía falta ir al gimnasio para mantenernos en forma (o comenzar a hacer deporte) aunque las mancuernas, los steps o las combas se convirtieran en productos de primera necesidad. Es más, sólo necesitabas descargarte una app de ejercicios o hacerte seguidor de alguna cuenta de instagram que publicara entrenamientos. Ya no me queda claro quien ha hecho más por la democratización del deporte, si Decathlon o Instagram.
También aprendimos que un rodillo o una cinta de correr, eran después del papel higiénico y la cerveza (igual no es buena idea que hayáis empezado a deshaceros de ellos), el secreto de la felicidad.
Y que nuestros GPS se volvieron algo locos y los 10.000 pasos se quedaron en la vieja normalidad. Dicho esto, apareció el runner de pasillo y el ultrarunner de jardín, gente capaz de cascarse maratones dando vueltas a una mesa.
Correr igual no se podía pero ahí estaban Netflix, Amazon Prime Video, Movistar+ y el resto de plataformas para darte una ración de documentales y películas de deportes. En fin, que entre Kilian y los docus de montaña, el flipadometro post confinamiento creo que sigue a tope. Algún día os saco la lista de lo que me he tragado.
Aprendimos que las carreras son algo del pasado (sí sí, ya sé que alguna hay) y que ahora lo que de verdad importa es ponerse un dorsal hecho con un folio y pintado con rotuladores carioca. Ya ni compites contra uno mismo ni leches. Bueno, miento, tras lo visto en Valencia, unas lucecitas y como si fuera una carrera de galgos.
¿Estáis preparados para el siguiente confinamiento? (y no, por confinamiento no me refiero a que en Madrid se aplique el estado de alerta)